“Desde niño guardaba cierto rencor a los hombres por la institución de la escuela. ¿Por qué la infancia, de su yo alegre, se troco en tristeza mía? mi organismo de niño retozón, como de sanos materiales fabricado, besaba cariñoso y alegre a los animales, a las plantas y hasta las mismas peñas; ¡todo era curiosidad y dulzura para mi alma sana de la infancia, todo risa!... con que melancolía se recuerdan los dolores espirituales de esos primeros tiempos! ¡Ni los ojos de la madre bastan a borrarlos!... ¡Aquel infierno de la escuela!... Sí, porque la escuela fue una invención del demonio. La imaginación no pudo encontrar nada más ignominioso que la escuela; imposible que en tal breve palabra y apretado recinto se haya logrado martirizar tan sin piedad cuanto de más glorioso produjo la vida. No sé porque la naturaleza vistió tan galana la multiplicación y encendió de amores los sexos, si el producto de tanta belleza y alegría tanta había de ser arrojado a la sima de la escuela. ¡Allí pobre niño, palidecerán tus mejillas y se nublaran las chispas de tus ojos! ¡Allí, tu inquietud curiosa y juguetona se transformará en reposo y lagrimas! ¡Allí, no esperes dulzura ni compasión, nadie se apiadara de tus buenas inclinaciones! ¡La voz agria y áspera del maestro es precursora del zurriago! ¡Las manos frías y temblorosas como duelen bajo la iracundia de la palmeta! ¡Tú inocente niño, quieres libertad para el cuerpo y ternura para el corazón, pero la escuela te enseña a esclavizar el uno y a endurecer el otro! Un espíritu de estulticia y crueldad que martirizan las almas vuelan sobre la escuela y haciéndonos sus presas nos alejan a unos de otros. Cual si el propósito de la enseñanza en esa maldita casa fuera matar el carácter con sus gracias naturales, la belleza de la sinceridad y con sus procedimientos de brutal coacción exaltar la hipocresía, aniquilar la personalidad e infundir el espíritu de la servidumbre en un cuerpo de propósito descalabrado. Cuando vuelvo la vista y veo aquel trozo de vida, toda poesía y hermosas disposiciones, en tal desbarajuste y atropello, lleno de indignación y piedad, me he dicho cien veces que daría por bien empleada mi vida siempre que mi esfuerzo logre liberar un solo niño”.
Autor:Enrique D. MadrazoObra. 1.913 Herencia y Educación Nelis